Vampiros Vegetarianos: un giro surrealista en la mitología nocturna

“La vida no va de encontrarse a uno mismo. La vida va de crearse a uno mismo.”

George Bernard Shaw

Los vampiros también necesitan adaptarse a los tiempos modernos. Comportarse como seres civilizados. Eso de perseguir humanos indefensos en medio de la noche para alimentarse con su sangre ha pasado de moda.

Existen alternativas y estos tres vampiros vegetarianos imaginados por Remedios Varo lo tienen todo controlado. En el lienzo, se congregan alrededor de una mesa gótica, sorbiendo con elegancia el jugo vital de sandías y tomates, en lugar del néctar carmesí de las venas de los hombres.

Remedios Varo: Vampiros vegetarianos (1962) óleo sobre lienzo, Colección privada.
Remedios Varo: Vampiros vegetarianos (1962) óleo sobre lienzo, Colección privada.

En la penumbra de la cultura popular, los vampiros han reinado durante siglos como los señores de la noche, seductores y terroríficos a partes iguales. Estas criaturas de la oscuridad, conocidas por su insaciable sed de sangre, han sido reimaginadas innumerables veces. Desde los pálidos aristócratas de la literatura gótica hasta los (anti)héroes románticos de la gran pantalla.

Sin embargo, la pintura que nos ocupa hoy, «Vampiros Vegetarianos«, propone un giro tan inesperado como fascinante para esta narrativa milenaria. ¿Y si los vampiros, símbolos de la depredación y de los excesos nocturnos, se convirtieran en abanderados del veganismo? ¿Es posible reinventar un arquetipo cultural tan establecido?

Remedios Varo y el contexto de los vampiros vegetarianos

En el crepúsculo de su propia historia, Remedios Varo, con su pincel cargado de ingenio y alquimia, nos presenta «Vampiros Vegetarianos«. Un festín visual que es tanto una oda a la posibilidad como una sátira de las tradiciones.

Durante el año 1962, mientras el mundo danzaba al borde del abismo nuclear y las calles de americanas vibraban con los ecos de la justicia social, Varo, en la cima de su carrera, invitaba a cenar con lo imposible.

Nacida en España y establecida en la tierra del surrealismo mexicano, esta pintora había entrelazado su camino con el de este movimiento artístico, jugando con hilos de fantasía y realidad, de ciencia y de magia. Su arte fue un espejo de su tiempo. De una era en la que la creación plástica se alzaba como un desafiante contrapunto a la tensión política y cultural.

La obra que nos ocupa fue concebida en un momento en que Varo, ya una figura indispensable del surrealismo y tras haber hallado su camino a través de la guerra y del exilio, reflexionaba intensamente sobre la condición humana.

Su paleta de imágenes estaba saturada de su historia personal, que la había llevado desde su Anglés natal a la Real Academia de Bellas Artes de Madrid y hasta las calles de París, donde los diálogos con Breton y Dalí sazonaron su visión plástica. En México, había encontrado un renacimiento propio y el calor de luminarias como Leonora Carrington y Octavio Paz.

Aquí, en este crisol cultural, su arte brotó como un eco de una era que buscaba alternativas a las tradiciones desgastadas. Cuestionando realidades y considerando existencias alternativas que desafían las normas establecidas.

La extraña imagen de los Vampiros Vegetarianos

En este contexto, «Vampiros Vegetarianos» emerge como un acto de rebeldía narrativa. Una ventana a un universo paralelo donde lo absurdo se convierte en cotidiano y lo grotesco baila con gracia inesperada.

Al observar esta obra, no podemos evitar vernos succionados (sin juego de palabras) dentro del mundo pictórico de Remedios Varo. La escena es, al mismo tiempo, un banquete y un enigma. Tres figuras, cuyas identidades resultan tan fluidas como el óleo con el que Varo daba vida a sus creaciones, se sientan en lo que parece una ceremonia de la alta sociedad para los no-muertos con conciencia dietética.

Los personajes, ataviados con ropajes incandescentes que desafían las leyes de la moda y de la funcionalidad, se inclinan sobre una mesa que parece más un altar que un mueble de comedor. Tienen rostros alargados, con ojos que destilan una sabiduría inmortal y una serena aceptación de su destino vegetariano.

Con pajitas desproporcionadamente largas, estos seres sorben delicadamente la esencia de tomates jugosos, sandias dulces y rosas aromáticas. Este acto, junto con sus posturas, nos recuerda a los mosquitos, otras criaturas nocturnas famosas por su sed de sangre, pero que (en realidad) se alimentan del néctar de las flores y los jugos de las frutas.

Dos finos cordeles hacen las veces de correas mágicas para unas extrañas mascotas. Una mezcla de gato y gallina que remite a los grifos de la antigüedad clásica. Unas bestias majestuosas, que han sido domesticadas y empequeñecidas, para adaptarse a los rigores de la vida de alta alcurnia de sus dueños vampíricos.

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Del vampirismo al veganismo: una composición onírica

La técnica que Varo utiliza para dar vida a sus vampiros vegetarianos es una danza de precisión y ensueño. Cada trazo es deliberado y cada color, escogido con la intención de evocar no solo una imagen, sino también, una atmósfera.

La paleta es rica, aunque contenida, dominada por naranjas y tonos terrosos que podríamos encontrar en un jardín a medianoche, bajo la luz de una luna creciente. Los rojos no son los del sangrado, sino los de la fruta madura, un guiño humorístico a la dieta alternativa de los vampiros.

La luz en la obra merece su propio análisis; es etérea, casi sagrada, como si emanara de los propios sujetos y de sus alimentos. Los ropajes de los tres vampiros parecen prenderse con la energía del flujo vital de los vegetales que consumen. De sus estilizados sombreros emanan unas alas que recuerdan a las que lleva el dios Mercurio, otra figura relacionada con el cambio y la transición.

Técnicas y texturas: el lenguaje pictórico de Varo al descubierto

Para crear esta sensación de electricidad que se transforma en llama, Remedios Varo utiliza la técnica de la decalcomanía. Un proceso artístico utilizado por los surrealistas que implica transferir pintura de una superficie a otra (del papel al lienzo, por ejemplo) mediante la presión, creando texturas y patrones inesperados que no se pueden lograr con el pincel tradicional.

Aparte del cielo nocturno que se abre encima de las cabezas de los vampiros y que recuerda al de La creación de las aves, otra obra en la que Varó habla de la alquimia de la vida, no hay sombras duras aquí. Sólo encontramos suaves transiciones que matizan los contornos de los arcos góticos, sugiriendo profundidad y volumen. Esta luz crea una sensación de intimidad, como si el espectador estuviera espiando un ritual secreto y silencioso.

En cuanto a la composición, Varo es una maestra a la hora de guiar la mirada. Nuestros ojos se mueven en un circuito cerrado. Desde los rostros pensativos de los vampiros, pasando por sus manos posadas encima de los vegetales, hasta los detalles de sus inusuales mascotas que insinúan un mundo más allá de este encuentro. Se trata de un ciclo visual que utiliza un planteamiento triangular y simétrico, para invitarnos a la observación repetida y al descubrimiento constante.

Remedios Varo: La creación de las aves (1957) óleo sobre lienzo, Museo de Arte Moderno de México, México D.F.
Remedios Varo: La creación de las aves (1957) óleo sobre lienzo, Museo de Arte Moderno de México, México D.F.

Surrealismo y simbolismo en Vampiros Vegetarianos

El Surrealismo, ese hijo rebelde del Dadaísmo, ha constituido un terreno fértil para la siembra de símbolos enigmáticos y la cosecha de significados múltiples. En «Vampiros Vegetarianos», Remedios Varo cultiva este campo con la destreza de una jardinera de lo onírico, plantando cada elemento con una intención que sobrepasa su mera apariencia.

En su obra, el surrealismo no es solo una estética; es un lenguaje. Los elementos simbólicos de la pintura hablan en susurros de subversión y paradoja. Los tomates y sandías no son meras hortalizas; son vasijas de vida, reemplazando el tradicional cáliz de sangre con una fuente más benigna y renovable. La mesa no es solo un mueble; es un altar en el que se celebra la transformación y la transmutación.

La luz etérea que baña la escena parece extraída de un sueño y los colores, aunque telúricos, tienen una saturación que los hace vibrar con una energía propia de otro mundo. Los personajes mismos son híbridos: parte humanos, parte criaturas de la noche, completamente desprovistos de la ferocidad esperable de su linaje vampírico.

Tomates y transmutación: el lenguaje oculto de los vampiros vegetarianos

Estos inusuales depredadores podrían ser interpretados como un comentario sobre la dualidad inherente a todos nosotros. Varo parece sugerir que dentro de cada ser hay una capacidad para el cambio, para la evolución hacia algo mejor o, simplemente, diferente. Los vampiros, a menudo vistos como símbolos de inmortalidad y poder inmutable, aquí son seres en transición. Adoptan una forma más suave y adaptada a los nuevos tiempos.

De esta manera, el significado potencial detrás de los vampiros vegetarianos resulta tan rico y variado como las capas de pintura aplicadas al lienzo. ¿Es acaso un comentario sobre la identidad? ¿Un juego metafórico sobre la naturaleza cambiante de la moralidad? ¿O tal vez una crítica velada a nuestra propia sociedad, que -a menudo- prefiere la apariencia sobre la sustancia y la dieta sobre la naturaleza del ser?

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Los vampiros vegetarianos y la trascendencia del cambio

En el Surrealismo, el simbolismo nunca es unidimensional; siempre hay más para descubrir bajo la superficie. Y así, al admirar «Vampiros Vegetarianos», nos encontramos masticando algunas reflexiones.

Esta pintura, que podría colgarse con igual orgullo en una galería de arte que en una consulta de psicología, nos sirve una ensalada de preguntas sobre la maleabilidad del ser. Es una pincelada audaz en el lienzo de lo que consideramos inmutable. Un recordatorio juguetón de que incluso las criaturas de la noche más antiguas pueden optar por un cambio de menú… y de estilo de vida.

Cual golpe de estaca al corazón de la rigidez cultural, Remedios Varo nos sirve un plato de ironía con una guarnición de introspección. Si los vampiros pueden renunciar a la sangre por el zumo de tomate ¿qué excusas nos quedan a quienes los observamos para no desangrar nuestras propias resistencias al cambio?

La premisa de que estamos encadenados a nuestra naturaleza parece desvanecerse como un vampiro bajo el sol, dejando espacio para una nueva narrativa en la que la adaptación es el verdadero superpoder. Una extraña melodía que nos susurra que, tal vez, en la alquimia de la existencia, la transformación pueda ser la quintaesencia de la inmortalidad.

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