El burnout y el mito del ave fénix

El mundo puede ser cruel. Arrastrarnos en un torbellino caótico y llevarnos lejos de ese Kansas lleno de orden y confort. A veces, todo llega de repente. Otras veces, no pasa nada. Ningún evento digno de recordar.

Aun así, mientras intentamos mantener el equilibrio y trazar nuestra senda, la intensidad y la exigencia de la rutina pueden transformarse en un fuego voraz, que nos consume lentamente. Sin tregua. Una combustión a la que le intentamos restar importancia, hasta que el suelo parece enroscarse sobre nuestros pies y el aire se hace difícil de respirar.

Edvard Munch: El grito (1893) óleo, temple y pastel sobre cartón, Galería Nacional de Noruega.
Edvard Munch: El grito (1893) óleo, temple y pastel sobre cartón, Galería Nacional de Noruega.

Esta icónica obra muestra una figura en primer plano, con una expresión desesperada, con un fondo dramáticamente coloreado que puede evocar sentimientos de angustia y alienación, elementos comunes en el burnout.

El burnout

El burnout no es un ladrón que se anuncia con estruendo, sino una sombra silenciosa que se cuela por las grietas de nuestra cotidianidad, poco a poco, hasta oscurecerlo todo. Es esa sensación de andar por un laberinto en el que todos los caminos parecen iguales: largos, monótonos y sin salida.

Nos levantamos con el eco de una alarma que, más que despertarnos, nos recuerda lo lejos que estamos de aquella paz que solíamos conocer. En el espejo, vemos ojos cansados, que ya no brillan con el mismo entusiasmo. Cada tarea, incluso las más simples, se convierten en montañas insuperables. Las sonrisas se vuelven escasas, los silencios, más largos, y las noches, periodos interminables de insomnio, donde el reloj parece burlarse de nuestra ansiedad.

A veces, todo se manifiesta como una irritabilidad constante, un hastío que no comprendemos o una tristeza que no tiene origen definido. Y, aunque por fuera intentemos mantener una fachada de normalidad, por dentro hay una voz que clama por un respiro, por algo más, por un regreso a ese «Kansas» que alguna vez representó nuestro refugio.

Por desgracia, no siempre le hacemos caso. Seguimos “un poco más”.  Una hora, un día, un año… Porque la sociedad nos ha enseñado a valorar la constancia, la productividad y el sacrificio por encima de todo, a menudo desestimando la importancia de cuidar nuestra salud mental.

Seguimos “un poco más”. Y así pasamos horas, días, años… Largos, monótonos y sin salida. Pero el tiempo gira con lenguas de fuego que no perdonan a nadie. Hasta que, un día, ese torbellino llameante amenaza con consumirnos por completo.

burnout Edward Hopper: Autómata (1927) óleo sobre lienzo, Des Moines Art Center.
Edward Hopper: Autómata (1927) óleo sobre lienzo, Des Moines Art Center.

Aun así, hay destellos de esperanza y pequeños momentos que nos recuerdan quiénes somos. Uno de mis fragmentos favoritos de El señor de los anillos habla de esto:

«Allí, asomando entre las nubes por encima de un oscuro torreón en lo alto de las montañas, Sam vio una estrella blanca parpadear por un momento. Su belleza le sacudió el corazón, mientras miraba hacia arriba desde la tierra abandonada, y la esperanza volvió a él. Porque, como una flecha clara y fría, lo atravesó el pensamiento de que, al final, la Sombra era solo una cosa pequeña y pasajera: había luz y gran belleza por siempre fuera de su alcance.»

― J.R.R. Tolkien, El retorno del Rey

El mito del ave fénix

Los antiguos griegos no tenían a Tolkien, ni a Sam. Ni un concepto similar al «burnout«. Pero sí tenían historias que les recordaban que, en los momentos de mayor desesperación, surgen oportunidades para la transformación radical.

Una de estas historias era la del ave fénix: una criatura maravillosa que, tras haber sido presa de las llamas, era capaz de renacer de sus propias cenizas (cumpliendo un ciclo de unos 500 años). Una leyenda retomada por eruditos como Heródoto, Lucano o Plinio el Viejo, que entendían su valor metafórico.

Para muchos, el fénix no solo simbolizaba la renovación, sino también conceptos tan amplios como el sol, el tiempo o la resurrección. Por ejemplo, en Egipto, el Fénix era llamado Bennu: un emblema del renacimiento asociado con el río Nilo, el sol y la resurrección. Esta ave poseía dones místicos como lágrimas curativas, dominio sobre el fuego y una resistencia sobrehumana. En algunos relatos, viajaba a Egipto cada medio milenio para honrar a su predecesor en la ciudad de Heliópolis.

bennu/fénix

El mito del Fénix también encontró eco en la fe cristiana. Era una representación de la muerte y resurrección de Cristo, y se decía que el Fénix vivía en el Jardín del Edén y renacía de sus cenizas cada 500 años. Esta leyenda fue transmitida a través de diversos textos, como el siguiente:

“Hay un ave, llamada fénix. Esta es la única de su especie, vive quinientos años; y cuando ha alcanzado la hora de su disolución y ha de morir, se hace un féretro de incienso y mirra y otras especias, en el cual entra en la plenitud de su tiempo, y muere. Pero cuando la carne se descompone, es engendrada cierta larva, que se nutre de la humedad de la criatura muerta y le salen alas.”

Clemente de Roma. Epístola a los Corintios (XXV).
Miniatura del fénix renaciendo, Bestiario de Aberdeen (Siglo XII), Aberdeen University Library.
Miniatura del fénix renaciendo, Bestiario de Aberdeen (Siglo XII), Aberdeen University Library.

El mito del ave Fénix nos invita a contemplar la belleza que reside en el ciclo de la vida: la transformación, la muerte y el renacimiento. Así como el Fénix se sumerge en llamas para resurgir con esplendor renovado, tras enfrentar el desgaste del burnout, una persona puede descubrir una versión más sabia y fortalecida de sí misma.

¿Y qué hay del Kansas que dejamos atrás? Es el recuerdo de un lugar seguro, el anhelo de un hogar. Pero, quizás, la vida no trata de permanecer en la comodidad de lo conocido. Quizás trate de volar, de enfrentar tormentas y aprender de ellas. De ser valientes y, cuando sea necesario, de renacer de nuestras propias cenizas. Porque, al final del día, no es el fuego, ni el burnout lo que nos define, sino nuestra capacidad de resurgir, una y otra vez.

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