El mito de Narciso: cuando la belleza se enamoró de su propio reflejo

El mito de Narciso contempla la extraña historia de un joven de belleza asombrosa que se enamoró de su propio reflejo. Un hecho sorprendente, si nos paramos a pensarlo. O quizás, algo más habitual de lo que nos gustaría admitir…

Como suele pasar en la mitología, esta leyenda encierra más de un significado. Nos habla de la vanidad, sí. Pero también del autoconocimiento, del amor y del arte. De los eternos problemas humanos.

Por ello, a pesar de su probada antigüedad y de su aparente simplicidad, el mito de Narciso sigue siendo relevante. El joven de extraordinaria belleza que se enamoró de su propio reflejo nos invita a contemplarlo atentamente. A descubrir los sentidos ocultos de su misteriosa historia.

El mito de Narciso: belleza, flores y agua

Narciso era hijo de la náyade Liríope –una bella ninfa de agua dulce con nombre de flor- y del río Cefiso, que la había fecundado atrapándola en su corriente. Al nacer, su madre lo llevó ante Tiresias, el gran profeta ciego de la mitología griega, capaz de ver el futuro mejor que ningún otro. Quería saber si la vida del niño sería larga y si llegaría a la vejez.

La respuesta del vidente fue afirmativa. Con una extraña condición: que nunca llegara a conocerse a sí mismo. Un requisito sorprendente, contrario al sentido común y a las exhortaciones del dios Apolo… Pero la belleza de las palabras de los adivinos consiste en que suelen ser misteriosas. A menudo, nadie sabe lo que quieren decir hasta que ya se han cumplido.

Giulio Carponi: La ninfa Liríope lleva a su hijo ante Tiresias (1671) óleo sobre lienzo, Kunsthistorisches Museum, Viena.
Giulio Carponi: La ninfa Liríope lleva a su hijo Narciso ante Tiresias (1671) óleo sobre lienzo, Kunsthistorisches Museum, Viena.

Probablemente, el muchacho creció sin reparar demasiado en ellas. Ni en sí mismo. Ni en los demás… Se convirtió en un adolescente un tanto cruel, que disfrutaba cazando animales y pisoteando los corazones de sus pretendientes, sin entender por qué no lo dejaban en paz. Hasta que un día, ignorante y desprevenido, se enamoró de su propio reflejo y todo cobró sentido.

El mito de Narciso y Eco

Existen varias versiones del mito de Narciso y todas ellas coinciden en que éste era un joven de extraordinaria belleza. Una belleza capaz de fascinar a hombres y mujeres por igual. Pero una belleza inalcanzable, pues Narciso jamás correspondió a avance amoroso alguno.

El más conocido de estos episodios es el relacionado con Eco. Una ninfa que en otro tiempo había sido alegre y parlanchina, pero que Hera había condenado a limitarse a repetir las últimas palabras de su interlocutor, como castigo por haber ayudado a ocultar una de las numerosas infidelidades de Zeus.

John William Waterhouse: Eco y Narciso  (1903) óleo sobre lienzo, Walker Art Gallery, Liverpool.

En el Libro III de Las Metamorfosis, el poeta latino Ovidio cuenta que Eco vio por primera vez a Narciso un día en el que éste estaba cazando en el bosque. Al contemplar sus rasgos sublimes, quedó fulminada por las flechas de Cupido. Se enamoró al instante y empezó a seguirlo, acechando la oportunidad de interactuar con él. Dejemos que Ovidio nos describa la escena:

Por azar el muchacho, del grupo fiel de sus compañeros apartado,

había dicho: “¿Alguien hay?” y “hay”, había respondido Eco.

Él quedose suspendido y cuando su penetrante vista a todas partes dirige,

con voz grande: “Ven”, clama; llama ella a aquel que llama.

Vuelve la vista y, de nuevo, nadie al venir: “¿Por qué me huyes?”

y tantas cuantas dijo, palabras recibe.

Persiste y, engañado de la alterna voz por la imagen:

“Aquí unámonos” dice y ella, que con más gusto

nunca respondería a ningún sonido: “Unámonos”,

respondió Eco, y las palabras secunda ella suyas y saliendo del bosque

caminó para echar sus brazos al esperado cuello.

Él huye y al huir: “¡Tus manos de mis abrazos quita!

Antes pereceré, de que tú dispongas de nos.”

Repite ella nada sino: “tú dispongas de nos.”

Publio Ovidio Nasón (c. 8 d.C.) Las metamorfosis, trad. Ana Pérez Vega, Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002, “Libro III”, vv. 379-392

La belleza de un amor inalcanzable

Eco se había lanzado para estamparse contra el rechazo de Narciso. El joven estaba cansado de los desconocidos que lo agasajaban continuamente con sus proposiciones amorosas. Contestó a los avances de la ninfa de manera contundente y despiadada.

En esta ocasión, Narciso no se enamoró de su propio reflejo… Quizás porque éste era sonoro. O más probablemente, porque provenía de otra persona y requería reciprocidad.

Eco se lo tomó a la tremenda. Herida por las duras palabras del efebo e incapaz de renunciar a su anhelo por él, se escondió en una cueva. Allí dejó que el dolor la consumiera, hasta que su cuerpo se transformó en piedra. Así, quedó reducida a la esencia de su voz.

Desde entonces se esconde en las espesuras y por nadie en el monte es vista, por todos oída es: el sonido es el que vive en ella.

Idem, vv. 400-401

Narciso rechazó a Eco pero se enamoró de su propio reflejo

A pesar de todo, Eco siguió amando a Narciso y nunca le deseó daño alguno. Pero Némesis- la diosa de la venganza y de la justicia retributiva- ya estaba observando al bello muchacho, esperando el momento oportuno para intervenir.

Esta divinidad había sido invocada por Aminias, uno de los muchos pretendientes frustrados que –por despecho- se había suicidado con la espada que el mismo efebo le había regalado para tal fin.

Despreocupado por el dolor ajeno, Narciso continuó viviendo feliz. Cazando. Sin reparar en la mirada de Némesis, que seguía sus pasos de cerca. Ignorando que –pronto- él mismo se convertiría en presa de las flechas del amor no correspondido.

Bryullov Karl Pavlovich: Narciso mirando al agua (1819) óleo sobre lienzo, Museo Estatal Ruso, San Petersburgo.
Bryullov Karl Pavlovich: Narciso mirando al agua (1819) óleo sobre lienzo, Museo Estatal Ruso, San Petersburgo.

Un día, la diosa Ramnusia lo atrajo hacia un imperturbable manantial de agua cobijado en un rincón oscuro del bosque. El encantador lugar donde Narciso se conocería a sí mismo, tal y como había predicho Tiresias. Ovidio nos lo relata así:

“Aquí el muchacho, del esfuerzo de cazar cansado y del calor, se postró,

por la belleza del lugar y por el manantial llevado, y mientras su sed sedar

desea, sed otra le creció, y mientras bebe, al verla, arrebatado por la imagen

de su hermosura, una esperanza sin cuerpo ama: cuerpo cree ser lo que onda es.”

Idem, vv. 413-417

Con sólo verse, estuvo prendado. Se enamoró de su propio reflejo perdidamente. Pero no se reconoció. Pensó que se trataba otro joven que -de alguna manera- vivía en el agua. Intentó abrazarlo, tocarlo, besarlo… Sólo los separaba la superficie del manantial. Tardó un rato en darse cuenta de lo que ocurría. Narciso destacaba por su belleza, no por su inteligencia.

Cuando la belleza se conoció a sí misma…

Pero finalmente, la conciencia de que ardía en amores por una imagen reflejada en el agua llegó a él con toda la fuerza de su fatal destino:

“Éste yo soy. Lo he sentido, y no me engaña a mí imagen mía:

me abraso en amor de mí, llamas muevo y llamas llevo.

¿Qué he de hacer? ¿Sea yo rogado o ruegue? ¿Qué desde ahora rogaré?

Lo que deseo conmigo está: pobre a mí mi provisión me hace.

Oh, ojalá de nuestro cuerpo separarme yo pudiera,

Vuelto en un amante nuevo: quisiera que lo que amamos estuviera ausente…”

Idem, vv. 463-468

Así fue como Narciso se conoció a sí mismo. Cuando se enamoró de su propio reflejo… Suspendido en el manantial, probó el dolor de amar algo inalcanzable y la tortura de nunca ser correspondido. Comprendió el desconsuelo de sus pretendientes y las palabras de Tiresias. Deseó la muerte, pero no tuvo el valor de hacerse daño. Ni de beber. Ni de moverse. Por miedo a no perder de vista el bello rostro reflejado en el agua.

Por amor a una imagen, Narciso pereció al lado de la orilla, con la mirada abandonada en la superficie acuosa. Cuando llegó al Hades, siguió contemplándose en la laguna Estigia.

Thomas Stothard: Las ninfas descubren a Narciso (1793) óleo sobre lienzo, Tate Gallery, Londres.
Thomas Stothard: Las ninfas descubren a Narciso (1793) óleo sobre lienzo, Tate Gallery, Londres.

Las ninfas lloraron su pérdida. Sin Narciso, había menos belleza en el mundo. Quisieron darle un funeral digno de su estirpe. Pero cuando llegaron al fatídico lugar, sólo encontraron una flor de corazón amarillo y pétalos blancos que se estaba reflejando en el agua…

Significados del mito de Narciso

No sabemos lo antiguo que es el mito de Narciso. Algunos autores apuntan que podría tener un trasfondo de culto. Desde luego, la historia del muchacho que se enamoró de su propio reflejo muestra una vertiente ejemplar. Advierte contra los peligros del exceso de amor. Contempla la trampa del amor incurable por uno mismo (como en el caso de Narciso) y del amor desmedido por otra persona (como en el caso de Eco).

Aunque existen menciones anteriores, la fuente más extensa que conservamos es la incluida en Las metamorfosis de Ovidio. Una obra compleja, que entreteje los distintos significados del mito: la identidad y el autoconocimiento, el engaño y la ilusión, el deseo y el rechazo, el reconocimiento y la muerte, la transformación para volver a la Naturaleza, el origen de una flor… Todo ello, poéticamente relatado, como si de un magistral juego de espejos se tratara.

Michelangelo Merisi da Caravaggio: mito de Narciso (1597-99) óleo sobre lienzo, Galería Nacional de Arte Antiguo, Roma.
Michelangelo Merisi da Caravaggio: Narciso (1597-99) óleo sobre lienzo, Galería Nacional de Arte Antiguo, Roma.

Los escritos posteriores al gran poeta latino preferirán resaltar el carácter moralizante del mito de Narciso, presentándolo como metáfora de la destrucción causada por el orgullo y la vanidad.  En esta línea podríamos englobar los estudios de Freud y de los psicoanalistas. Éstos usarán el  término “narcisismo” para describir la condición clínica de alguien que, siendo incapaz de amar a otras personas, invierte toda su libido en su ego.

Un mito sobre el arte

Sin embargo, Ovidio no da tanta importancia al sentido ético de la historia. Como buen artista, elige contemplar el estético. Incluso muestra compasión por la trágica suerte del protagonista y lo exhorta a salir de la trampa que su propia belleza le había tendido:

“Crédulo, ¿por qué en vano unas apariencias fugaces coger intentas?

Lo que buscas está en ninguna parte, lo que amas, vuélvete: lo pierdes.

Ésa que ves, de una reverberada imagen la sombra es:

nada tiene ella de sí. Contigo llega y se queda,

contigo se retirará, si tú retirarte pudieras.”

Idem, vv. 432-435

Pero el poeta sabe que Narciso nunca podrá retirarse. Desde el momento en que se vio por primera vez y se enamoró de su propio reflejo perdidamente, su destino estuvo sellado. Igual que el de los artistas.

No en vano, Leon Battista Alberti – el gran humanista del siglo XV- cuenta a Narciso entre sus amigos y le otorga el título de “inventor de la pintura”. No tanto porque éste se enamore de su imagen, como porque es capaz de ver a otro en ella. Por reconocerse a sí mismo como imagen y por mantener su fascinación incluso más allá de la muerte.

Y es que, en el mundo del arte, estos significados se han convertido en tópicos para la meditación….La obra como reflejo de su artífice. Lo difuso de los límites entre el creador y lo creado. La inexorable distancia entre sus realidades… 

Infelix quod non alter et alter eras” dijo Ovidio en sus Fastos[1], refiriéndose a Narciso. “Desdichado puesto que eras el uno y el otro”.

Cuando la Naturaleza se enamoró de su propio reflejo

Porque -de alguna manera- el mito del efebo que se enamoró de su propio reflejo nos habla de la misma naturaleza humana suspendida en el espejo del arte. Maravillada ante su propia belleza. Enfrentada a una sublime imagen que parece estar tan cerca pero que, a la vez, está muy lejos.  Porque pertenece a otro plano. A otra asombrosa e inefable realidad.

El arte…Un hermoso reflejo que cambia a través del tiempo para atrapar nuevas miradas. Que nos reclama y nos seduce. Que nos revela los secretos del cielo y los fondos de la Laguna Estigia. Pero un reflejo que permanece inalcanzable. Que sólo podemos contemplar…


[1] Publio Ovidio Nasón (c. 12 d.C.) Fastos, trad. Bartolomé Segura Ramos, Gredos, 2011, vv. 226.

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